Bares por Malasaña
MADRID

Amores de bar: El Malasaña de María y Andrés

Corría el aire aquel sábado, pero hacía bueno. María y Andrés habían quedado en encontrarse por primera vez en la puerta de una castiza taberna del barrio famosa por sus jugosos pinchos de tortilla y su cerveza tirada con esmero. Era la hora del vermut y el plan, uno de esos que siempre apetecen: mesas altas, zumo de cebada y un surtido de entremeses para compartir en cada parada de la ruta. Una ruta hasta el atiborre. Una ruta que, si todo iba según lo previsto, podrían alargar casi hasta el infinito. Porque a ver quién es el guapo que se acaba Malasaña…

Ruta de bares por Malasaña

(Todas las ubicaciones las encontrarás en un mapa al final del post)

Como os decía, fue en La Ardosa donde compartieron su primera caña y sus primeras impresiones -buenas, mucho- sobre el otro. Tras el chispazo inicial, él se mostró realmente sociable/cortés, y ella era todavía más simpática/ingeniosa en persona; así que las expectativas se vieron sobradamente cumplidas.

La Ardosa

Para comer pidieron la tortilla, un pincho para cada uno, nada de compartir; ¡con lo jugosita y cremosa, tan rica que la preparan aquí! Y tras liquidar la cuenta («esta ronda la pago yo y tú la próxima, luego me invitas al postre y yo a la copa») cruzaron la Plaza de San Ildefonso para hacer parada y fonda en Casa Macareno.

– Hace unos años este sitio era un bar gallego regentado por un matrimonio lucense muy riquiño que tenían un loro llamado Roberto. Aquí veníamos los de la Politécnica a tomar unas cañas antes del Nasti. Los pimientos de Padrón estaban de buenos… Algún retoque veo que le han hecho ahora, pero continúa manteniendo su esencia castiza, ¿no?

Entraron atraídos por su fachada de azulejos y el buen ambiente que se intuía desde fuera, aunque lo que seguramente les haría volver una decena de veces después serían sus croquetas de jamón y trufa y, sobre todo, sus patatas bravas.

Casa Macareno

– Es que se me cae la baba con todo lo que tengo delante. Con todo -María recalcó fuertemente esta última palabra desviando la mirada con afectada timidez, en un intento de suavizar candorosamente su potencia. Lo cierto es que su cabecita estaba recordando el día en el que, tras dos ‘yayos’ bien potentes en la casi vecina Casa Camacho, a unos pasos de donde se encontraban en ese instante, cedió ante las interminables insistencias de su amiga y decidió descargarse aquella app de ligoteo. Por probar…

No hacía mucho tiempo de eso. Quizás un par de semanas desde el match, lo que en realidad es una eternidad para dos personas que se están conociendo sin poder tocarse, olerse o escucharse.

– ¿Has dejado hueco para el postre? La tarta de queso aquí está muy rica. ¿O prefieres buscar una terraza para tomar el café? -propuso él.

Al final acordaron que lo que más les apetecía era dar un paseo, así que pasearon. Llegaron hasta la plaza del Dos de Mayo y, viendo que se encontraba libre la mesa más cotizada del Pepe Botella, entraron para tomar una copa.

Ya eran ambos habituales del lugar («seguro que nos hemos cruzado aquí alguna noche», «qué va, no habría podido olvidar esos ojos», «no digas tonterías, mira cómo se derrite el hielo de oír tus cursiladas», «pues bebe, bebe», «me quieres emborrachar y ni siquiera intentas disimularlo») y a María le gusta especialmente porque es el bar al que acude a menudo sin pretensiones pero, al final, siempre acaba sucediendo algo extraordinario. Como ese primer beso que acaban por darse (¡¡ay!!).

Pepe Botella

Con el dulce regusto de la correspondencia y el espirituoso de turno (un Jack on the rocks en el caso de ambos) continuaron la ruta algo más arrimados. Caminaron sin rumbo fijo, moviéndose como por intuición, entreteniéndose con el arte urbano y las tiendas de ropa vintage y de decoración. Ella compró un precioso abrebotellas con la figura de la diosa Hebe («por si el frío empieza a apretar en un rato y preferimos comprar unas cervezas y hacernos fuertes en el sofá de mi casa»), y después vieron una exposición en La Fiambrera dedicada al cine de culto.

También tuvieron tiempo de comerse a besos entre las últimas novedades de Tipos Infames: una novela de Manuel Jabois y un librito de relatos inéditos de Proust.

Hacia las nueve y cuarto de la noche, Andrés preguntó:

– ¿Te apetece cenar algo? Conozco un sitio de suvlakis por aquí cerca y están impresionantes. O si no te convence, podemos pillar unas pizzas rellenas en El Cambalache. Ahora bien, no voy a dejar que perdones el postre dos veces en el mismo día.

Por un momento pensó en proponer algo más formal. Tal vez unas tapas en La Pescadería o en el Mercado de San Ildefonso. Pero tan cómodo se encontraba con su cita que decidió arriesgar con sugerencias algo más chorreantes. Para olvidar los cubiertos, pringarse bien las manos y relamerse del gusto.

Al final cayeron un par de esos suvlakis o bocatas griegos en pan de pita -resultó ser la opción perfecta- y unas galletas de chocolate en The Cookie Lab antes de llegar al último bar de la noche.

The Cookie Lab

Templo del Open Mic, de la risa sin censura, de la poesía, de la música, del morreo, de los perretes juguetones y de la Estrella Galicia de grifo (el tirador de cerveza es una meiga de cerámica de Sagardelos). Así que lo mismo da llamarlo bar que santuario.

El caso es que recalaron como un par moscas atraídas por su neón y una vez dentro… bueno, quién sabe. Lo que pasa en el Pícnic, se queda en el Pícnic.

Al salir, medio achispados después de un licor café, estaba lloviendo como llueve en las películas; justo cuando los protagonistas están a punto de darse el beso de su vida.

Bares por Malasaña

Si llegaron a dárselo, o si finalmente la cosa continúa como ellos ya se han imaginado (planeando un road trip con la cámper de sus sueños, yendo juntos al Portamérica, compartiendo unas lentejas en el Lera y otras muchas tardes por Madrid cargadas de excesos, pasiones y apretujes), si no hay superchería oculta tras el espumillón, si llegan vivos y de la mano al próximo Apocalipsis… Eso habría que verlo al día/mes/año siguiente después de un par de alkaseltzers. Pero como a menudo la felicidad está en no conocer toda la historia y mi intención es que terminéis de leer esto con una sonrisa en la cara (y muchas ganas de comeros Madrid), vamos a detenernos y retenerlos aquí.

De todos modos, pase lo que pase con estos dos… ya siempre les quedará Malasaña. 

Ruta de bares por Malasaña para tu primera cita:

(No están todos los bares de Malasaña que son, pero son todos los que están -se agradecen nuevas recomendaciones en los comentarios-)

 

Este post pertenece a una serie de microrrelatos hedonistas por los barrios de Madrid. Los personajes y sus situaciones pueden ser o no ficción. El amor por los bares es 100% real.

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