
Desde 1911: haciendo de Madrid el mejor puerto de España
Hace tiempo —mucho antes de que la estrella llegara— que Desde 1911 está en boca de todo el universo gastro. Y a poco que hayas oído hablar de este sitio, sabrás por qué íbamos con las expectativas henchidas. Henchidas de tal manera que solo cabían dos desenlaces: que nos elevaran al cielo o que nos explotaran en la cara. Esta vez, tuvimos suerte.
Desde 1911 tiene un latido propio y, al menos, cinco virtudes incontestables: historia, frescura, reinvención, detalle y producto. Cada día, la carta se crea con lo que el mar dispone, encumbrando a Madrid como el mejor puerto de la península y desafíando los límites del tiempo y el espacio. En un sector cada vez más clónico y predecible, este lugar es la resistencia.
Detrás de tal hazaña se encuentra Pescaderías Coruñesas, que presenta un concepto original centrado en pescados y mariscos, donde el mejor ejemplar del día se servirá como plato principal y colgará en el medio de la sala, en una vitrina que le confiere un aura casi sagrada al producto del mar.
Aunque el restaurante se esconde en una calle silenciosa, lejos de la algarabía gastro madrileña, su interior es luminoso, diáfano y elegante. Desde cualquier mesa, los comensales pueden asistir al espectáculo —porque menudo despliegue de manos, de utensilios y de materias primas—. Todo el tiempo están pasando cosas.
Ya sentados y con los apertitivos en la mesa (el mejor salmón ahumado que han degustado estas papilas), elegimos los cuatro entrantes que irían antes del pescado —aquel día, lubina—. Podrían haber sido seis, más algún extra fuera de carta, pero temíamos dejarnos llevar y perder el apetito antes de que llegara la mesa (casi infinita) de quesos.
Tras la espectacular bacanal láctica, el desfile continuó con carrito de postres, petit fours, infusiones… Éramos como dos niños en la cabalgata de Reyes y, desde luego, solo nos faltó la carroza del carbón.
En cuanto a la sala, de hechuras clásicas, no es infalible, pero sí extraordinaria. Puede haber un olvido, tal vez una demora. Lo que nunca falta es la sonrisa, la disculpa, el gesto amable.
Y a ver, cuesta dinero. El lujo es lo que es, y supongo que está bien que así sea. Pero… ¿dónde voy a comer después de esto? Vendrán más gastronómicos, los que nos podamos permitir, y lo siento mucho por ellos. Desde 1911 ha puesto el listón por las nubes.

Tal vez, solo la hamburguesa más chatarrera —con extra de pepinillos— pueda acercarme de nuevo a esas cotas de gozo. Sospecho que Óscar Wilde tenía razón al decir que los placeres sencillos son el último refugio de las almas complicadas. O, al menos, de las que ahora mismo no llegan a dosmileuristas.

